LA DESNUDEZ

El día que salimos del paraíso por comer  la manzana prohibida, 
 nos descubrimos desnudos, nos avergonzamos,  bajamos la mirada y nos tapamos.
Allí donde se perdió la naturalidad de vernos en cueros, comenzó el morbo y tal vez las perversiones, las desviaciones, la lujuria, las bajas pasiones y otras cosas más.
Aquel día en el teatro volví a experimentar la sencillez de la desnudez, sin pasiones, ni malicias. Por el puro placer de experimentar el arte en todas sus expresiones, ahí volví a sentir el panico, ese miedo inculcado desde la niñez por el tabú y la falsa creencia del pudor. Al ver a aquel hombre salir desnudo, me sentí desnuda por un momento, las alarmas y la incertidumbre corrieron entre todos los presentes, quienes aún a pesar de tener las luces bajas en la sala, nos miramos con risas nerviosas y volteamos hacia atrás para divisar la salida.
Cuando volvamos a comernos la manzana que nos quite la vergüenza  podremos vernos a la cara desnudos, con naturalidad y observarnos sin morbo.

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