De la Adolescencia y otros Demonios
Hace 22 años, cifra que para obtener
siempre tengo que recurrir a la calculadora, ver el año actual y recordar que
me vine a los 15 años de Colombia.
Cuando me preguntan en la calle ¿hace
cuánto me vine?, realmente contestó cualquier cosa porque no lo recuerdo, y no
por despiste o mala memoria, sino porque tengo la costumbre de no llevar
cuentas sobre las cosas buenas y las malas que he vivido, disfrutarlas en el
momento y olvidar cuanto disfrute, ¿hace cuánto disfrute? ¿Cuánto duró?, No lo sé, pero si les puedo dar una
descripción detallada de cómo fue el momento, de todo lo que sentí, de los
olores, los sabores, la energía, el lugar, en eso soy tan buena, si me
preguntan acerca de alguna película o de algún país o sitio raro que visite, créanme
que se los voy a contar con tal exactitud del lugar, de los colores, de la
gente que los haré volar hasta ese lugar y hacer sentir allí como si estuvieran viendo
una película, sin la fotografía, sin el soundtrack del cine, sin la luz
apagada, sin el 3D, pero los haré vivir la experiencia que conocí.
Volviendo al tema del tiempo, a esa
necesidad del ser humano de llevar cifras
-¿cuánto ganas?
-¿cuántos años tienes?
-¿hace cuanto te graduaste?
-¿desde cuándo andas en bici?
-¿Cuantas propiedades tienes?
-¿cuántos países has visitado?
-¿te has casado? ¿Hace cuanto? ¿Cuánto
duró?
Y llega el momento más íntimo, más
placentero y sale un pendejo con esta pregunta
¿Llegaste?
¿Ya llegaste?
ahhh sí, ¿ya tuviste un orgasmo?
¿Cuántos orgasmos has tenido?
WTF
No lo sé, No lo quiero saber, sólo me
dejo llevar, disfruto y ¡ya no cuento!
Esto al igual que en los malos
momentos, cuando se te muere un ser querido por ejemplo, una vivió su momento
de dolor, o cuando tienes un divorcio o alguien importante se marchó, y alguien
viene y te pregunta
¿Hace cuanto se murió?
¿Cuánto duró su relación?
¿Cuándo te separaste?
Dios, no lo sé, no me obsesiona esto, ¡ya
lo superé!, no quiero llevar un memoria y cuenta de malos momentos.
Y volviendo al tema de la canción, hace
muchos años, cuando era una niña y vivía en una pequeña ciudad, muy pequeña en
ese entonces... 15 años, en esa época no habían muchas cosas, cero internet,
cero chats y mensajes móviles porque no había móviles, sólo unos teléfonos de
disco locales que te bloqueaban en tu casa para que no pudieras llamar.
Era el tiempo de las cartas y mensajes
escritos, de las serenatas, de salir al parque a jugar básquet, futbol, rodar
en bicicleta, hacer gimnasia o maromas en los tubos del parque y dar vueltas,
ponerte de cabeza como un murciélago...
Esperar el viernes para salir a la
cuadra a jugar con todos tus vecinos, sí quince años y una seguía siendo una
niña, jugando a la yeba, beisbol, el escondite, fusilado, Kikinball, congelado,
y era tan asidua la asistencia de todos los niños de la cuadra, que creo que llegábamos
a tener entre 20 o 30 niños, y cuando se ponía muy buena la cosa en los juegos,
salían los padres a jugar... sí estos eran tiempos inmemorables. A veces imperaba
la Anarquía, cerrábamos la calle para jugar y no dejábamos pasar carros. Éramos
unos pequeños tiranos, y yo la líder de la pandillita.
Esto no ocurría sólo en mi cuadra, esto
ocurría en todas las calles de la urbanización, pequeñas tribus de niños que
tomaban las calles, con sus respectivos líderes, no autoproclamados, nunca
buscábamos esto, sólo éramos los que más inventábamos cosas, a veces teníamos
peleas entre cuadras, pero eran peleas jugando, no era de poder, sino nos
inventábamos una de piratas, salíamos hacia los alrededores de la urbanización
donde había mucho monte, ríos, árboles, y pequeñas montañas, cada pandilla
tenía su montaña, generalmente siempre fue la montaña que estaba en frente de
su cuadra, hacíamos chozas y en los árboles miradores para las batallas. Los más
pequeños no peleaban pero eran los que preparaban las municiones de las
guerras, estas eran pequeñas bolas de barro que con agua y tierra hacían.
Declarabamos la guerra cuando alguien de
otra cuadra pisaba nuestra montaña (principio de territorialidad, muy tocado en el Derecho de mar y tierra en el
Derecho Internacional Público actual) cuando terminaba la guerra entre una
pandillita y otra con las bolas de barro, ganará quien fuese, nos venía un
castigo por parte de nuestras familias, como la calle terminaba siendo un
barrial por las bolas de barro, nos ponían a lavar toda la calle, sí, y en
principio lo hacíamos con la actitud de regañados y castigados, pero luego al
sacar las escobas y mangueras de agua para limpiar la calle, esto terminaba en
otra batalla pero de agua, entre los vecinos y los niños, todos contra todos...
no había aquí pandillas, ni bandos, una guerra que finalmente era un juego, un
gran juego de todos los habitantes de la cuadra.
Pero llega el día de los quince
años, la adolescencia, tu cuerpo cambia, a pesar de no ser una niña dócil, de
mi rebeldía con todo, de mi hiperactividad de estar haciendo diez mil cosas al
mismo tiempo, de ir al colegio y esperar sólo a tener mis clases de danzas
folklóricas, un poco a veces de ballet clásico, entrenar en el equipo de básquet
del colegio para competir con otros colegios, jugar futbol en las interclases,
odiar las clases normales de matemáticas, física, química, inglés, no entender
la historia y comprenderla más leyendo Cien años de Soledad, esperar las clases
de Educación física, organizar un concierto, bailes y demás... llegar en
bicicleta al Colegio, regresar en la tarde a colaborar con mi profesor de
danzas y comenzar a dar clases de danzas folklóricas a los más pequeños.
Pero mis hormonas cambiaron, mis senos
crecieron mucho y yo los odiaba, en ese entonces no había cirugías. Y mis
amigas y mi hermana mayor empezaban a presionar con esto del amor. Como no
había internet, ni chats ni celulares, estaban las cartas escritas a mano... Los
poemas cortos y chimbos, sin sentido ni profundidad para flirtear, pero había
algo en esa época muy pero muy romántico: la radio.
Si los programas de radio de la noche,
las canciones, las parejas llamando a dedicar canciones, uno llevaba mensajes
escritos para dedicárselos a alguien y un locutor, un tipo hablando con una voz muy gruesa y sensual los
leía, a parte nos conectaba con la música que se escuchaba en otras latitudes,
era música de soda Estéreo, Vilma Palma E Vampiros, algunos grupos Argentinos y Chilenos que no recuerdo, las canciones en Inglés, Karina, Carlos Vives
cuando cantaba Pop, y esta canción que subí aquí.
Esta canción conecta con la melancolía,
la nostalgia... realmente conecta con mi personalidad, pasaron muchos años para
entenderme y aceptarme. Me entendí a través de un espejo, un gran amigo, él es muy raro, socializa un rato y luego debe volver
a su mundo, no le gusta mucha actividad social prolongada, se aburre de una
conversación larga con alguien, necesita su soledad, sus ratos consigo mismo.
Un poco o bueno muy tímido, pero con un universo interno tan rico y
maravilloso, un mundo que casi nadie conoce, pero fascinante, él me deja entrar a su mundo a ratos por mi insistencia, descubrir que es un gran músico, que tiene la capacidad de abstraerse y estar allí atento, la necesidad de aprender cosas nuevas y recorrer tierras desconocidas.
Y me distraigo, salgo del tema y
regreso, relataba sobre los amores, de los amores impuestos, de los amores de
la adolescencia, de los chicos populares del colegio, de los populares de la
urbanización, los guapos, los chicos con el carro prestado del papá, o a los
que les regalaron una moto para pasear el fin de semana, esos que presumian las ropas de marca, los zapatos caros, estar a la moda. Esos que veía guapos y superficiales , y
que no me interesaban... esos que mi hermana me decía que les parara, esos
algunos con los que salí por venganza con chicas que me caían mal y sabía que
les gustaba, esos que los lucí delante de ellas y luego los bote como un vaso
desechable porque eran como ese vaso desechable: vacíos, huecos, superficiales,
sin valor y sin sentimientos. Y lo hacía sin remordimientos, sabía que ellos lo
hacían con las otras chicas, eso de utilizarlas, enamorarlas y dejarlas.
Pero había uno, que no era un chico,
era un poco mayor para mí, 20 o 24 años, muy maduro, un gran amigo de mi
hermana mayor, músico, intelectual, bohemio, locutor de radio y cantante sin
aires de Divo, sencillo en apariencia, sobriamente guapo, de vestir casual. Con
él era el único que podía conversar de libros interesantes, de música rara que
nadie escuchaba en la ciudad, de filosofía, de la vida y era el único con el
que no me aburría, se llamaba o llama Fabián.
Era tan impecable en su palabra, en su
aspecto, en el respeto hacía todo; me ponía un poco nerviosa su presencia, a veces lo
escuchaba cantando en una disco, luego lo veía en la calle caminando, después
lo escuchaba en la radio... y era esa mezcla de belleza masculina,
inteligencia, ecuanimidad, sus lentes de pasta negros de intelectualoide y esa
sonrisa franca, abierta que me encantaba. Entre Fabián y yo nunca pasó nada,
era demasiado tímida cuando alguien me interesaba, y aún sigo siendo así cuando
alguien me gusta.
Pero esto del juego del coqueteo, los códigos de seducción
en esa época era algo que no sabía y no manejaba, sabía que él me veía como una
niña, y conocía a mi Abuela y a mi hermana, por lo tanto no había probabilidades de que pasara algo entre nosotros.
Al poco tiempo me mudé a vivir a
Caracas, algo que no fue planificado, me vine de vacaciones y me quedé aquí,
desde entonces cambiaron muchas cosas, se acabaron los juegos, las diez mil
cosas que hacía, terminó el ballet, salir en bicicleta, los juegos de mi calle,
cambie una casa por vivir en la vida hermética de un apartamento, trabajar
medio tiempo y seguir estudiando. Mi vida tuvo de repente un giro de 180°,
madurar de golpe, huir de un problema que no tenía solución, de repente la niña
pasó a una vida de adulta que yo misma quería asumir y tome. Se acabó el arte, los juegos; los
cambie por responsabilidades serias.
Escucho esta canción y recuerdo a Fabián
y su sonrisa, la última vez que lo vi esa tarde que nos encontramos cuando caminaba
por la calle hacia al colegio para ir a la clase de danza y llevaba un walkman, el se paro, me saludó sonriendo y le puse los audífonos, le pregunte si la había escuchado, él espero un rato y me dijo: - sí,
por supuesto More than Words.
Recuerdo el programa de radio y en ¿por qué no se me ocurrió enviar un mensaje y dedicarle esta canción como un anónimo?
Recuerdo el programa de radio y en ¿por qué no se me ocurrió enviar un mensaje y dedicarle esta canción como un anónimo?
En un mundo paralelo, pienso, que
Fabián camina y cuando llega a esa calle recuerda ese momento y esa
canción, y tal vez me recuerde como yo ahora.
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